A modo de análisis semiótico de principiante:
Mi historia con “La historia del ojo” de Bataille.
Por razones ajenas a mi persona (en este caso, una tarea escolar) llegó a mí “La historia del ojo” por Georges Bataille. Publicada en la segunda década del siglo pasado y con sus escasas ochenta páginas, esta novela expone la historia del arcano personaje principal, del que nos es desconocido incluso su nombre. Con narración en primera persona, cuenta la inusual relación de tres chicos de dieciséis años: Simona, Marcela –según la traducción de Margo Glantz- y el secreto protagonista.
La figura principal (quien sencillamente se hace llamar “yo”) es un chico que disfruta de estrambóticas prácticas de corte sexual con sus dos compañeras. A lo largo del relato se describen encuentros que me resultan un tanto atípicos, muchos de ellos con imágenes recurrentes, como son los huevos; posteriormente trataré de explicar la razón.
Tuve la ¿fortuna? –no sé de qué otra palabra pudiera valerme- de recibir una breve explicación previa de lo que estaba por leer. De esta manera, me fue anticipado que tendría un amplio arsenal de “escenas sexuales” minuciosamente descritas (al punto de ser comparado con El Marqués y ser calificada como “novela erótica”); que estaría repleto de símbolos, que tendría relación con la teoría freudiana del psicoanálisis y con la corriente surrealista y que tenía un trasfondo mucho más profundo del que, en un primer momento, aparentase.
Ante ello, y en primer lugar, debo proferir que estoy en desacuerdo con la existencia de una similitud entre Bataille y el Marqués de Sade, pues a pesar de que ambos son explícitos en su descripción, el estilo del primero me parece muy plano y siempre constante, y su léxico, mucho menos rico. Además de que el segundo suele presentar cierto “encanto” en su narrativa.
Según la RAE –espero mi referencia no parezca demasiado pretenciosa-, el erotismo se refiere a la “exaltación del amor físico en el arte”, por lo que me parece inapropiado el calificativo de “erótica” que se le dio a la novela, pues me pareció lasciva, tal vez libidinosa, antes que sensual. Por otra parte, el erotismo se presenta como algún tipo de transgresión (sea real, sea a través de la imaginación). Pero aquí cabe preguntarnos ¿transgredir qué? No oso una respuesta terminante, pero me permito dejar a discusión las posibilidades: transgredir la moral, las “buenas costumbres”, o tal vez los límites y prohibiciones impuestos por la religión y otras instituciones en una sociedad burguesa.
Respecto al gran contenido de símbolos inmersos en este material, también me fue anticipado que la figura de los huevos y los testículos representaban mucho más que las imágenes que denotan. Así, es posible asociar estas figuras, como resulta explícito en algún momento de la historia, a nada menos que ojos. Éstos, a su vez, pueden hallar relación con las figuras abstractas de la observación, el saber y, por consiguiente, el poder: “saber es poder”. Y, dentro de la lógica de la cultura occidental, (la moral cristiana, más específicamente), quien tiene la facultad de ver y juzgar es Dios (un Dios omnisciente y omnipotente).
Dicho lo anterior, es fácil recordar todas aquellas circunstancias dentro de la novela, en que se hace un uso “blasfemo” de estos objetos, y pensar que, con ello, se quebranta y desafía cualquier tipo de autoridad que pueda haber en la iglesia; es decir, los personajes atribuyen este significante a los objetos y, con esa finalidad, lo mancillan.
Ahora, respecto a la teoría del psicoanálisis formulada por Freud, puedo observar que cada una de las identidades (ello, yo y superyó) planteadas en este ideario, toman forma en las tres figuras estelares de la historia. Siendo así, Simona, la impulsiva y excéntrica que sólo busca satisfacción inmediata, el ello; Marcela, la figura de la pulcritud y la moral, la que marca las pautas de “lo que es correcto y lo que no”, el superyó; y el inédito personaje central, que funge como intermediario entre ambos extremos, el yo.
En cuanto a la relación que la novela guarda con el surrealismo, corriente en que los sueños son la base de cualquier construcción artística y tal vez filosófica, sólo podría encontrar afín la idea de que, en los sueños, las ideas y el actuar de las personas es mítico, fantasioso y casi ilógico; lo mismo que sucede con fragmentos de la novela.
Ya planteado todo lo anterior, y a modo de comentarios muy personales, puedo externar que, aunque el material en cuestión es muy rico en cuanto a contenido semiótico y abunda en “juegos” de significado, me pareció realmente poco atractivo. Como objeto de análisis resulta interesante y muy explotable, pero como material literario (que es a lo que se reduce mi interés actualmente) me parece algo plano, repetitivo e incluso burdo.
Aun así, la lectura de este texto me pareció una práctica interesante, pero sobre todo, contribuyente a mi formación como comunicóloga; siendo un primer acercamiento a la elaboración de un análisis de contenido.
Rosa
La figura principal (quien sencillamente se hace llamar “yo”) es un chico que disfruta de estrambóticas prácticas de corte sexual con sus dos compañeras. A lo largo del relato se describen encuentros que me resultan un tanto atípicos, muchos de ellos con imágenes recurrentes, como son los huevos; posteriormente trataré de explicar la razón.
Tuve la ¿fortuna? –no sé de qué otra palabra pudiera valerme- de recibir una breve explicación previa de lo que estaba por leer. De esta manera, me fue anticipado que tendría un amplio arsenal de “escenas sexuales” minuciosamente descritas (al punto de ser comparado con El Marqués y ser calificada como “novela erótica”); que estaría repleto de símbolos, que tendría relación con la teoría freudiana del psicoanálisis y con la corriente surrealista y que tenía un trasfondo mucho más profundo del que, en un primer momento, aparentase.
Ante ello, y en primer lugar, debo proferir que estoy en desacuerdo con la existencia de una similitud entre Bataille y el Marqués de Sade, pues a pesar de que ambos son explícitos en su descripción, el estilo del primero me parece muy plano y siempre constante, y su léxico, mucho menos rico. Además de que el segundo suele presentar cierto “encanto” en su narrativa.
Según la RAE –espero mi referencia no parezca demasiado pretenciosa-, el erotismo se refiere a la “exaltación del amor físico en el arte”, por lo que me parece inapropiado el calificativo de “erótica” que se le dio a la novela, pues me pareció lasciva, tal vez libidinosa, antes que sensual. Por otra parte, el erotismo se presenta como algún tipo de transgresión (sea real, sea a través de la imaginación). Pero aquí cabe preguntarnos ¿transgredir qué? No oso una respuesta terminante, pero me permito dejar a discusión las posibilidades: transgredir la moral, las “buenas costumbres”, o tal vez los límites y prohibiciones impuestos por la religión y otras instituciones en una sociedad burguesa.
Respecto al gran contenido de símbolos inmersos en este material, también me fue anticipado que la figura de los huevos y los testículos representaban mucho más que las imágenes que denotan. Así, es posible asociar estas figuras, como resulta explícito en algún momento de la historia, a nada menos que ojos. Éstos, a su vez, pueden hallar relación con las figuras abstractas de la observación, el saber y, por consiguiente, el poder: “saber es poder”. Y, dentro de la lógica de la cultura occidental, (la moral cristiana, más específicamente), quien tiene la facultad de ver y juzgar es Dios (un Dios omnisciente y omnipotente).
Dicho lo anterior, es fácil recordar todas aquellas circunstancias dentro de la novela, en que se hace un uso “blasfemo” de estos objetos, y pensar que, con ello, se quebranta y desafía cualquier tipo de autoridad que pueda haber en la iglesia; es decir, los personajes atribuyen este significante a los objetos y, con esa finalidad, lo mancillan.
Ahora, respecto a la teoría del psicoanálisis formulada por Freud, puedo observar que cada una de las identidades (ello, yo y superyó) planteadas en este ideario, toman forma en las tres figuras estelares de la historia. Siendo así, Simona, la impulsiva y excéntrica que sólo busca satisfacción inmediata, el ello; Marcela, la figura de la pulcritud y la moral, la que marca las pautas de “lo que es correcto y lo que no”, el superyó; y el inédito personaje central, que funge como intermediario entre ambos extremos, el yo.
En cuanto a la relación que la novela guarda con el surrealismo, corriente en que los sueños son la base de cualquier construcción artística y tal vez filosófica, sólo podría encontrar afín la idea de que, en los sueños, las ideas y el actuar de las personas es mítico, fantasioso y casi ilógico; lo mismo que sucede con fragmentos de la novela.
Ya planteado todo lo anterior, y a modo de comentarios muy personales, puedo externar que, aunque el material en cuestión es muy rico en cuanto a contenido semiótico y abunda en “juegos” de significado, me pareció realmente poco atractivo. Como objeto de análisis resulta interesante y muy explotable, pero como material literario (que es a lo que se reduce mi interés actualmente) me parece algo plano, repetitivo e incluso burdo.
Aun así, la lectura de este texto me pareció una práctica interesante, pero sobre todo, contribuyente a mi formación como comunicóloga; siendo un primer acercamiento a la elaboración de un análisis de contenido.
Rosa
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